8:30 Villanubla International Airport. Vaya, que suerte. Hoy no hay niebla. Según pago el taxi, pienso que he llegado un poco justito. Hay unas 25 personas en el mostrador de RyanAir y cero personas en el de Iberia. Parece que no voy a perder el vuelo.
10:10 Estoy completamente sobado cuando el avión aterriza en Orly. Me despierto sin abrir los ojos y noto el zarandeo y un pequeño viraje a la derecha cuando las ruedas se posan. Golpean, mejor dicho, en el caso de Air Nostrum.
10:20 Delante de mi, veo como los otros seis pasajeros salen escopetados por el hall de la planta de llegadas del aeropuerto, con el frenesí contagioso del que tiene prisa por recoger su equipaje y salir huyendo . Ante la perspectiva del viaje en metro hasta el centro, que durará todavía una hora, yo me salgo fuera al sol a fumarme un cigarro. Va a ser un día largo. Largo y aburrido.
10:35 Al final, es inevitable dejarse llevar. Cuando la lanzadera Orlyval llega a la estación de cercanías próxima al aeropuerto, Antony, todo el vagón salimos en masa para cruzar los cuatro metros que nos separan del RER B que está parando en el andén. Una vez dentro, me pregunto si no debería haberme fijado en el sentido del cercanías antes de seguir a esta gente. Demasiado tarde. El tren está en marcha
10:45 Parece que no me he equivocado: veo el letrero de la estación Bourg La Reine, la siguiente hacia Paris, y busco un sitio para sentarme. Como todavía estoy en estado de letargo, empiezo a tener pensamientos absurdos. Burgos e Isabel la Católica. La morcilla negra de arroz y el queso fresco...
10:50 Estación Laplace. Constato mitos. Mientras me fijo en los calcetines blancos de tenis del caballero de traje y mocasines de dos asientos por delante de mi, un itinerante pide atención para su guitarra. Se pasea y empiezan los primeros acordes...
10:51 Surrealista. Pienso que voy a experimentar la chanson du metro franÇais, y el trovador venido a menos empieza a cantar La Cucaracha, en castellano. Me acomodo en el sillon de escay, saco mi iPod, y me da por pensar qué será más viejo, Notre Dame o el sistema de transportes de L’ille de France.
11:00 La Cucaracha ha dado paso a otra cancioncilla del estilo, “quizás, quizás, .. quizás”, y se cuela por mis cascos, mezclándose con “Island in the Sun” de Weezer. Esto debe ser Fusión, no lo que hace Macaco. Mientras, por las ventanillas se van deslizando suburbios modestos con trazas industriales. Después de tres cuartos de hora, Paris me parece una ciudad bastante fea.
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Mi enésima visita de trabajo a París empezó así. Y se mantuvo así casi toda la jornada. Ya después de cenar, salí del hotel, a pie de Sena. Un paseo por la rive droit, viendo barcos pasar, y llegando a Trocadero, la torre Eiffel empezó a chisporrotear, marcando la hora. Crucé el Pont d´Inéa y me senté debajo de la torre, mirando hacia arriba viéndole las tripas iluminadas.
Entonces, París recuperó su magia.
2 comentarios:
Qué diferente es una ciudad si la conoces en viaje de trabajo, sin el tiempo suficiente para disfrutarla, sentirla, paladearla,... la sensación que se experimenta paseando por la ribera del sena cuando el tiempo no importa es incomparable, el placer de bucear entre los pintores en el barrio de Montmartre mecido por el sonido de un piano a lo lejos....
el tiempo.... que importante.. ya lo dijo peligrosa Maria.. Prisa mata.
estas en lo cierto, amigo circense. Sin embargo, no creo que sea una cuestion de prisa o no prisa. Más bien de falta de motivación (por trabajar, está claro). Cuando estamos en nuestro tiempo libre disfrutamos más todo lo que hacemos, aunque sea exactamente lo mismo.
Os puedo asegurar que el día de trabajo en París fue aproximadamente P(3) veces más tranquilo que cualquier día de trabajo en Pucelandia.
Prisa aquí no mata.
Curro mata.
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