Ahora entiendo por qué Praga es tan verde. Llueve mucho, sin parar, hoy amaneció gris, y lloviendo. Alguien me dijo que el carácter checo es introvertido, y está modulado por el tiempo. El día que llueve, el checo se cierra sobre sí mismo. Y no para de llover.
Pero ayer no llovía, y quise subir al castillo en Hradcany. No debí poner mucho interés, porque no encontré el castillo, pero me topé con una vista interesante sobre los tejados de Praga, el mar de tejas rojo sobre el que se levantan dos o tres torres picudas de la Ciudad de las Cien Torres, y se ve perfectamente el Teatro Nacional en la orilla del Moldava. Los turistas son muy perezosos, Hradcany está empinado, y por allá, siendo domingo soleado, se notaba una tranquilidad que nada tiene que ver con el bullicio de Stare Mesto, que es plano. Perfecto: me senté en una terraza inclinada, a beber cerveza y seguir leyendo sobre Tomás, Teresa, y la ocupación rusa de Checoslovaquia de finales de los sesenta; sobre las checas que se paseaban delante de los tanques rusos para provocar a los sexualmente hambrientos soldados rusos, o cómo los checos se suben a sus atestados tranvías y se pisan, se gritan, se arrancan los botones de los abrigos. Al contarselo después a un tendero, que me confudió con checo, y llevó a otra conversación diferente, me dijo que en parte, aun el checo sigue de alguna forma arrancando los botones de sus conciudadanos. Recordé la ciudad de Suceava, resquebrajada, comunista, que parecía filtrar por sus grietas el caracter cerrado de los moldavos, y que daba la sensación de transmitir que ése, el aspecto de la ciudad, era un reflejo de la forma de ser de sus habitantes. Pensé -¿infundadamente?- que tal vez no habría mucha diferencia entre Praga y Suceava, excepto que la primera tenía un bonito escenario, una careta, sin agrietar.
Definitivamente, no creo que pudiera vivir aquí, en esta ciudad, en este país.
1 comentario:
La insoportable levedad del ser, gran elección,
un abrazo viajero
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