lunes, 21 de abril de 2008

Maikol

Son justo las diez de la noche. Lo más normal dada mi agitada vida de las últimas semanas es que me pusiera a trabajar un rato, a leer feeds tecnológicos y a intentar ir haciendo cositas en mi nuevo dominio de Internet para seguir sumergiéndome poco a poco en este maravilloso y absorvente mundo que es la tecnología (al menos para mí of course).
Pero llevo tres o cuatro días con una idea que camina lentamente por mi cabeza, por un pesar al que voy a dar rienda suelta en cuanto termine este post. La vida es un camino de continuo aprendizaje, o si no es aprendizaje contínuo al menos sí debería ser aprendizaje acumulativo, de vez en cuando no aprendemos, simplemente disfrutamos o dejamos pasar el tiempo. Ayer me pegué una tarde de vago, de estar medio tumbado en el sofá riéndome continuamente con un buen amigo, bebiendo cerveza, viendo de forma distraída Superdetective en Hollywood y of course con el ordenador encendido. Siempre conectado, uf! Y reconozco que fue una tarde muy linda, aprendizaje nulo pero vivencia tremenda, de vez en cuando hay que pegarse una así (o más que de vez en cuando).
Volviendo al tema del aprendizaje, el año pasado tuve la oportunidad de conocer a un niño en Nicaragua con el que se me caía la baba casi desde el primer día, un chaval encantador que se llama Maikol y que como bien ha apuntado alguna vez malabarista ha tenido la mala suerte de nacer en un país con recursos muy limitados. Y puedo decir que el chaval es feliz, y que a mí me hacía el hombre más feliz del mundo cada vez que me apretaba con forma de abrazo con sus delgaditos brazos por las mañanas o cuando se terminaba la clase, pero después de una vivencia conjunta cada uno tiene su día a día, el mío está en Barcelona, con acceso a todo lo que quiera, y el suyo está en Estelí, una ciudad obrera como cualquier otra en Nicaragua. Una de las cosas que nos dejaron más claras antes de partir a nuestra aventura solidaria es que nunca les digamos que somos iguales, porque lamentablemente no lo somos.


Como regalo del destino he tenido la suerte de poder apadrinarle, hace ya unos meses, y, como os comentaba, un pesar me ronda desde hace días la cabeza. Siento pesar por no haberle escrito todavía una carta, una carta para decirle lo mucho que aprendí de él, de un niño de 8 años que siempre tenía una sonrisa. Recuerdo un día que le acerqué a casa con una fiebre alta, y según se metía a su casa, una casa con suelo de barro y compartida con otras dos familias, se giró para dedicarme una sonrisa y que quedara inmortalizada en una foto, en una muestra de cariño. Porque somos lo que demostramos, y nuestra cara es un fiel reflejo de lo que somos.

2 comentarios:

malabarista infernal dijo...

Eres grande amigo, y lo más grande que tienes es tu corazón, cuídalo siempre.
Esa frase de la foto me suena de algo......

Romulo dijo...

La diferencia entre Maikol y tú es tan grande como los miles de kilómetros de distancia entre ambos, y el origen tan sólo está en la suerte de nacer en un lado u otro del mundo, eso no lo elegimos, pero nos marca las posibilidades de toda la vida.