Ayer bajé al centro. Como hacía frío como para andar todo el Paseo Zorrilla, cogí un autobús, que para los parámetros locales estaría atestado, pero en comparación con el Transmilenio/transmi-lleno bogotano, aquello estaba vacío. ¡Tenía espacio para mi y todo!
Luego al llegar al centro, me extrañó. Había mucha gente en el centro, pero toda en tránsito. No estaban en la calle "estando" sin más. Y nadie vendía nada en la calle según pasabas. Y de nuevo esa sensación de tener espacio propio alrededor, sin ruido. Al llegar a la Plaza Mayor, conté cuatro palomas en total, y entonces me di cuenta. El suelo. Estaba muy limpio. Demasiado. Como reluciente, se diría que se podría comer en él. Desde entonces, me he pasado observando el suelo en las diferentes partes de la ciudad, y es tan liso, tan limpio que no me había dado cuenta antes o se me había olvidado.
Y de repente me doy cuenta que se puede respirar, que el aire huele demasiado bien, incluso cerca de la vía. Después de todo, no pasaban tantos coches. Y todo era tan ordenado. Tan ordenado que parecía estar descolocado.
En fin, como decía mi padre cuando ibamos a la montaña, 'ten cuidado no te intoxique el aire puro'. "Menos mal" que para el fin de semana estaré de nuevo dos mil y pico metros de altura, en una de las ciudades más bulliciosas y contaminadas del planeta. De vuelta en el centro del lago de la luna.
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