sábado, 28 de marzo de 2009

El golpe

El policía me está diciendo que tome el otro extremo de la cinta métrica. Yo ya tengo bastante problema con el acento, como para que encima me metan prisa, y más un policía bogotano con pinta de extraviado, que sabe de sobra que ha metido la pata. Le respondo que "ya va" con el español mas cortante que me sale, y me pongo a pegar uno de los extremos de la cinta contra la llanta del coche de Carlos, mientras éste sigue discutiendo con el taxista, y Jose Luis mira la escena unos pasos más a trás en la acera, divertido. El policía hace como que toma las medidas que separan las ruedas de los dos coches de la  acera, como mi presta -ironía, es mas bien reluctante- ayuda. Para complicar más las cosas, un autobús llega por el único carril que el estropicio ha dejado franco. Pero no cabe, por unos centímetros, el taxi empotrado contra el coche de Carlos no le deja paso. Se empieza a formar un atasco increible, y ya solo falta que se ponga a llover.


Diez minutos antes habíamos dejado atrás las calles empinadas de la Candelaria para escalar por la ladera del Monserrate. Bajo la ventanilla, hace calor dentro del coche, y además, quiero ver las vistas. Las luces de Bogotá titilan en el crepúsculo que según dicen, en estas latitudes es muy breve, y en seguida da paso a la noche. Los "dos mil seiscientos metros más cerca de las estrellas" del Distrito Capital confunden,  a uno se le olvida pronto que está en el trópico. Bogotá es fresca, el aire huele a humedad, a lluvia recien caída, y hay más nubes que sol. 
Los edificios del Centro Internacional surgen picudos sobre el mar de luces según vamos bordeando , a media altura el cerro, rodeando el valle para bordear la ciudad y tomar otra entrada. Jose Luis me va contando cosas de la ciudad y sus edificios, y Carlos conduce, y a veces añade comentarios. 
Entramos a la maraña de tráfico. Sorteamos lo que parece un cauce del Transmilenio, giramos, y zas, un policía nos detiene. Pensé que era una parada rutinaria, pero no, por lo visto Carlos se ha saltado el semáforo. A juzgar por la cola de coches parados a la derecha contra a la acera, no es el único. Un taxista está protestando porque el semáforo no se veía, y entre todos los parados, parece que hacen suficiente presión para que nos dejen continuar. El policía nos dice a los dos a la vez, al taxista y a nosotros, que marchemos, y nos da indicaciones para despejar el carril derecho. Consecuencia: en una maniobra inverosimil, el taxi termina encajonado contra el lateral izquierdo de nuestro coche. 
Presionado por el atasco que está formando el autobús y la desgana del policía que se sabe responsable, Carlos al final cede y decide mover los coches a una calle lateral y con esas, el policia ya no se hace responsable del acuerdo que alcancemos con el taxista. Al parecer al taxista acaba de vencerle el seguro justo hoy -qué casualidad-, y aquí en Colombia además no hay cobertura de daños a terceros obligatoria, y corre por cuenta de cada uno. El taxista dice que no tiene plata, no tiene un duro, y termina dando a Carlos unos 30 000 pesos (unos 12 euros) para los arreglos, de los cuales le pide de vuelta 10 000 para gasolina, si al caballero no le importa. En todo esto, ni rastro del policia que sigue dos pasos más allá a lo suyo: parando desprevenidos que no han visto un semaforo camuflado. 

Moraleja: los taxistas y los policias son iguales en todas las partes del mundo. 

1 comentario:

Xicoatl dijo...

y que lo digas... a veces pienso que los polis aqui son peores. muerden como perros... o mas bien, piden mordidas