Cuando he entrado, la camarera estaba deseando hacer algo que no fuera aguantar al borracho, el típico notas que esta voceando y, todo torpe, amenaza con tirar algo o romper de repente en algo más que unas voces. Me siento a su lado, expectante. Estas situaciones son violentas, y como no hay un manual para actuar, pienso que lo mejor la normalidad, aunque empiezo a notar una sensación cruzada entre el peligro y el deja vu, no sé cuál de las dos es. El tipo se ha tragado un megáfono y sigue dando voces, ahora conversando con el parroquiano que tiene a su otro lado - que por lo que infiero más tarde, ya tiene la lengua bastante mojada en vino también, aunque apenas se le oye ahogado por el estruendo del otro. Yo ya tengo mi café preparado, e intento alcalzar uno de los periódicos del rincón, pero se interpone el obstaculo de ¡otro borracho! ¿Qué se celebra hoy, San Baco de Duero o qué? Éste al menos está completamente dormido. Grabo la escena en mi mente, y me sonrío; es digna de un cuadro "borracho dormido a la sombra de una copa de vino". Le observo, con la banda sonora del vocinglero de fondo: el tipo tiene su mentón apoyado sobre el pecho, unos cincuenta, demasiada ropa encima, barba gris, pelo raleando, corpulento entrando en carnes, con una gran tirita que le cruza la frente. Seguro que se cayó en la última borrachera, esta mañana o así. Su mano derecha se apoya en la barra, y ha dejado el vino a medias.
Al final, trato de abordar el rincón de los periódicos, por babor y estribor del gordo, pero no hay forma. La envergadura de su siesta ya me cubre todas las opciones. Creo que está muerto, no le veo respirar, y pienso que resucirtarle -"señor, despierte, tómese su vino y déjeme alcanzar el Mundo" - no va a ser buena idea, pues con un borracho en activo ya parece que tenemos bastante. Ya lo tengo: la camarera -una española muy dicharachera que debe trabajar con los búlgaros y que me llama cariño- puede alcanzarme el periódico por dentro de la barra, pero cuando me dirijo a ella para pedirselo, se desahoga a contarme. Por lo visto, el vocingleras es nuevo en estos lares y lleva tres horas dando el coñazo. Ella sabía que hoy no tenía que venir a trabajar- me dice, y la consuelo con el derecho de admisión, hablamos de eso, y me pongo a observar la escena. Esto me suena, ¿a qué me recuerda?. El tipo es joven, por el tamaño de sus manos tiene pinta de currante. Está un poco descontrolado, y empieza a confraternizar con el parroquiano que ya es viejo asistente, por lo visto, para poder meterse con ella, para sacarla de quicio nada más. Ella sale del quicio, revienta la bisagra de hecho, y estalla, y comienza a regañarle a voces, -ya la tenemos montada, y todo por un pincho que el otro se ha merendado por la patilla.
De repente, ya sé a que me recuerda la escena, del mejor surrealismo cañí, ¡es una escena de una peli de Almodovar! Atónito, observo la estampa completa, y empiezo a sonreirme, y de repente, me ocurre como esas veces en que sabes que no es el mejor momento para echarse a reir, y precisamente eso hace que sienta un ataque de hilaridad incontenible a punto de erupción. Cuanto más me aguanto, más me estoy riendo y tengo que salir de urgencia del bar, muerto de risa. Y me vuelvo a casa, riendome a carcajadas.
Seguiré con mi maleta, en unas horas empiezo el viaje.
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