Un día extraño. La primavera se fue. Volvía por la Paulista a casa, los brasileros estaban muertos de frío. Las parejas se abrazaban en la parada del autobús, el remedio más viejo para darse calor. Proliferaban los gorros peruanos, ponchos, cualquier ropa de lana, y aún así, frío en la cara. Frío en la mirada, también. Hoy la simpatía típica brasilera estaba un poco más mustia, creo que así se entiende porque los castellanos somos como somos. Despedidas rápidas, pasos apresurados, brazos enlazados sobre el pecho. Me crucé con un vagabundo, en realidad, un limpiabotas con mala suerte. Me pidió para un salgado, faz frio, cara. Nao tenho amigo. Pero es un día muy frío, así que le llamé y le di todas las monedas que tenía y le deseé boa noite. Y que pase pronto, no va a ser una noche fácil. Pasando Caixa, debajo de los soportales, los habituales ya estaban durmiendo bajo sus mantas, en ese recoveco creo que no sopla tanto este aire. La Paulista es la zona más alta de la ciudad, es la cima de un morro, aquí sopla, y hoy es helado. Llegué a mi esquina, en Bradesco, el típico segurata fumando su cigarro, y en el reborde del edificio, había un bulto encogido, debajo de un cacho de tela finísimo. Nunca vi nadie durmiendo ahí. Miré con atención para ver si se movía. ¿Estará bien? Putz, ¿sobrevivirá esta noche envuelto en esa cosa? No se mueve. Me acordé de ese pajarillo -hace tanto tiempo- que encontramos cerca del cole, estaba hinchando, congelado, y no tardaría en morir. Que pena, dijimos todos. "¿No podemos hacer algo por él, mamá? El pobrecito no puede morir de frío, con lo calentito que estoy yo en casa". Pero para los adultos, era obvio que no podíamos llevar al pajarito a casa, que no se puede recoger a cada pajarito muerto de frío. "¿No se puede? ¿Por qué, mamá?"
Parece que nadie siente ya mucha pena por esta gente. ¿...Y yo? ¿La siento yo?
Vaya mierda, en Valladolid no tenía estos choques de conciencia.
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