viernes, 23 de mayo de 2008

La ciudad en el centro del lago de la Luna

Esta mañana mientras iba al trabajo estaba inmerso en ensoñaciones y recordando mi primera estancia, hace unos meses, en la Ciudad de Mexico. Recuerdo la vista desde el avión, de madrugada, un campo de luces infinito. Había sido un viaje largo y pesado, sin poder apenas dormir desde el despegue de Perú a la una de la madrugada hasta ese momento en el que la nave de Aeromexico empezaba a planear sobre la ciudad, aún de noche. La melancolía me había invadido, mezclada con la pesadez típica de mis despertares. Tenía el cuerpo cansado y el ánimo sin fuerza, y sólo sentía pesar por la marcha, por lo que dejaba atrás.

El otro mundo. Sudámerica, Perú, Lima, el Cuzco de los Inca, los Andes, la ciudad perdida de Machu Picchu, Hiram Birgham. Todo eso es lo que dejaba atrás, y me pesaba. Ya nunca más pasarearía por el Malecom de la Reserva al atardecer, adiós a Barranco, nunca más habría puestas de sol sobre el Pacífico, ni aquel cielo violeta y fuego. Ya no volvería a apoyarme en una barandilla del LarcoMar oyendo sin más como las olas iban y venían. Dejar los pensamientos flotar mientras escuchaba cómo se agitaban las piedras de la orilla setenta metros abajo, en picado. Nunca más los viajes del infierno al cielo, del centro, del Tablero a Miraflores. Nunca más travesías en taxis destartalados, diminutos, cajas de cerillas, por los que un indio al que apenas entendía su castellano me cobraría ni dos euros por 20 minutos de carrera "Son seis soles, señor". Nunca más tomaría el helado de lúcuma al salir de trabajar "son cinco soles, señor", ni el pisco souer antes de cenar, se acabó el manjarblanco "señor, aquí tiene sus tortitas", el suspiro de Limeña, el ceviche ni tantas otras cosas. Fin de la dicotomía entre la repulsa que sentía por el acentuado clasismo peruano "Por aquí, señor, yo le ayudo, señor", y la privilegiada posición del europeo caucásico. Recién salido de Perú, ya añoraba la Lima gris, los días allí, el claroscuro y a su gente.

No quería estar en Mexico, no quería que el avión aterrizara en el Juarez internacional. Date media vuelta, vámonos otra vez al sur. O simplemente gira hacia España y ¡volvamos ya! Me daba ánimos a mí mismo pensando en que tan sólo serían cuatro días en aquella ciudad bestialmente grande, de la que tan mal había oido hablar, y que tan peligrosa me parecía. Desde que me comunicaron que tendría que ir a América, México siempre habría representado la parte fea del viaje, el escollo a salvar. Está bien, sólo trabajaré y me quedaré en el hotel sin hacer nada. No tengo porqué salir a nada.
Recuerdo el taxi que me llevó desde el aeropuerto al hotel. Una hora de espera para cruzar la aduana, y una hora más en el coche que me habían reservado, sumergidos en tráfico, y atravesando barrios desvencijados. Tampoco diferente a Lima, pero allí no encontraría mar, ni Pacífico, ni paisajes. ¡Qué ciudad tan fea!

Esos fueron mis pensamientos al llegar a Mexico, la segunda ciudad más grande del mundo. En el avión de regreso a España, mismos sentimientos de pena y añoranza. De tristeza. Pero esta vez no eran por Perú, si no por dejar atrás una ciudad apasionante, llena de historia e historias, moderna- con demasiado tráfico sí, pero bulliciosa, viva, inabarcable. Reforma, el Zócalo y la catedral, Coyoacan ,el parque de Chapultepec, las civilizaciones Mayas, Olmecas, Chichimecas, Aztecas, Teotihuacanos,... la noche del Parque Hundido.

Hoy estuve leyendo sobre la fundación de Tenochtitlan, la actual ciudad de Mexico, y su etimología. "Los aztecas arribaron al lago de la Luna, donde al centro del mismo había una isla cuyo nombre era México, de Metztli (luna), xictli (ombligo) y co, (lugar): El centro del lago de la Luna". La ciudad de los Azteca o Mexica fue fundado en un islote en el centro del enorme lago de Mexhico.


Amigos, en apenas dos meses vuelvo de vacaciones a Mexico, esta vez voluntariamente y con mucho gusto.




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