martes, 13 de mayo de 2008

La búsqueda

Regresó a la luz, pero no sabía lo que allí encontraría. Tras unos días vagando por las calles enredadas del barrio judío, al final encontró la respuesta. No se hallaba escrita en ningún libro, ni grabada en una piedra, ni siquiera plasmada en un lienzo. Fue lo que aquella chica le dijo. Se lo dijo con la mirada, no más que un leve intercambio de luz en sus ojos, flotando y retorciéndose por el aire hasta los suyos propios. Aquellos ojos negros, tristes, vacíos chisporrotearon. El éter congeló la conexión, justo en el aquel entrelazado retorcido del entramado de calles. Los dos, extraños en un fortuito encuentro, se miraron a los ojos.

Nada. Dijo ella. Ilusoria y delusiva, es la meta, pues en realidad no hay tal meta.
Es un inexistente, es el aire liviano y transparente.

No somos más que unos deslavazados títeres en el lamentable escenario de la vida.


Y salió corriendo, negros pasos sobre el piso. Desconcertado, él sintió el peso de la atmósfera cayendo sobre su espalda. La pequeñez de su dimensión le aturdía. Cuando giró la vista todo rastro de la desconocida de ojos tristes había desaparecido. Siguió caminando por el laberinto blanco, cabizbajo. Ilusión, te fuiste. ¿Le habría hechizado con sus palabras? ¿Serían sus ojos? ¿Qué vio en ellos? Se había quedado en blanco. Ya olvidó de donde venía, y a donde se dirigía. ¡Había olvidado incluso a la pregunta! Sí, tenía la respuesta… pero ¡cuán fútil sin la pregunta!
Búscala en el mar, búscala en la inmensidad. Le dijo el librero de San Isidro.
100 años han pasado ya, 100 años más han de pasar. Le dijo la camarera de la Trinidad, que le servía sonrisas afables y café aguado. ¡Pero yo no tengo ese tiempo!

Había perdido toda esperanza y se abandonó al susurro del viento, y al escrutinio del horizonte insondable, al arte de separar cielo y mar. Pies en la arena, cabeza en el cielo. ¿Quién era ella? ¿Por qué le había borrado la pregunta, por qué de sus pensamientos, a cambio de una respuesta?
Pero la pregunta ya la había escrito. En el dique, con punzón y sal. Rezaba la inscripción cincelada, años atrás, de su mano y de su puño:

¿Por qué siento que estoy buscando en una búsqueda infinita que busca encontrar un objetivo a buscar y nunca encontrar? ¿Qué encontraré?

Y más abajo, otra mano que escribía:
Al final de nuestros días, la Muerte responde a todas nuestras preguntas.


3 comentarios:

malabarista infernal dijo...

Que lindo, en la negra línea de Edgar Allan Poe.
http://es.wikipedia.org/wiki/
Allan_Poe
Buscar un objetivo... supongo que todos andamos en esa búsqueda, o creemos haberlo encontrado...
Un abrazo amigo, me encantó.

Romulo dijo...

En el largo camino de la vida has citado dos compañeras de viaje que siempre deben acompañarnos: la ilusión y la esperanza...cuando una falta, peligra nuestra plenitud.

daviz dijo...

¿Edgar Allan Poe?
¡¡Ya me gustaría!!

Estaba pensando en Tarifa cuando se me cruzó el pensamiento de un viejo cómic de la editorial Vértigo que leí hace tiempo: "Muerte: el alto coste de la vida". Bastante bueno en aquel entonces.

Muchas gracias a los dos,por cierto. ¡Siempre con ilusión! Esperanza no sé-- eso de esperar... umhm..