Yo me crié como alguna vez he dicho en la estepa castellana, mis padres, oriundos de un pequeño pueblo de Valladolid, emigraron de jóvenes a la capital para con mucho esfuerzo y tesón fundar una familia y un hogar. Ese hogar como todos, ha tenido sus problemillas, pero siempre ha estado presente en su interior el amor y la protección hacia los hijos, y digo ha estado porque aunque yo no vivo desde hace años en esa casa, sigue siendo mi hogar, mi refugio, el único sitio en el que no debo explicar quien soy porque de manera inconsciente y a veces difícil de entender para mi familia, saben qué soy incluso mejor que yo.
Un recuerdo ha irrumpido en mi cabeza de manera inconsciente, una imágen, una sensación. Una mañana gélida de invierno, camino al colegio, con mi padre, mi pequeña mano enterrada en la suya, y ambas cobijadas en el bolso de su abrigo, "el borrego", ese abrigo viejo de cuero marrón, forrado de piel por dentro, ese abrigo que servía de cueva para mi padre, para su mano y para la mía.
Mi familia ha respondido en sus roles al esquema familiar tradicional, mi padre trabaja y lleva el dinero ha casa y mi madre cuida del hogar y de los hijos y sostiene el hilo que mantiene unida a la familia. Esta diferencia de papeles no es comprensible cuando eres un niño, solo ves que hay una persona con la que pasas 24 horas y que vuelca cariño y comprensión permanentemente sobre tí, y otra persona que aparece muchas menos horas y que por razones que tu no puedes comprender cuando está en casa se muestra en ocasiones abatido y malhumorado. Con tu poca capacidad de entendimiento en esas tempranas edades juzgas solo lo que ves y no percibes la causa escondida de las cosas, la razón que hace que sean como son.
Cuando alcanzas la terrible adolescencia y empiezas a comportarte como un James Dean barato, pones a tu familia ante la problemática de tener que educar y cuidar de un pequeño macarra que en plena efervescencia de sus hormonas necesita guerrear con alguien, necesita un enemigo.
En mi caso, que no tiene porque ser el de todos, ante esta situación mi madre se convirtió en la amiga fiel, en el confidente a quien contar mis desvelos y mis frustraciones. Pero hacía falta además de cariño y comprensión algún elemento más, autoridad, alguien que ponga el límite, que te enseñe lo que cuesta conseguir las cosas, el valor del esfuerzo. Ese papel es muy desagradecido puesto que aunque se hace por el bien del hijo, éste, en medio de su estupidez adolescente lo percibe como un ataque, como una afrenta personal. En mi caso esto provocó tremenedas tensiones entre mi padre y yo, para mí el era el cabrón que se dedicaba a cortar mis sueños, a impedir mis aventuras.
Tiempo después la vida me dió una lección que me hizo abrir los ojos. Coincidí en mi primer trabajo con un compañero con el que compartí muchísimas horas y sinsabores y que se convirtió para mí en un segundo padre, nunca para suplantar al primero, pero si para ayudarme en nuevas facetas en las que estaba verde todavía. Este compañero tenía un hijo adolescente de unos 18 años, que mientras su padre trabajaba 12 horas diarias para mantener el alto nivel de vida de la familia se dedicaba a holgazanear y exigir un trato señorial por parte de sus padres. Muchas veces vi a mi compañero llegar completamente abatido de su casa y decirme con ojos humedecidos que su hijo se pensaba que él disfrutaba jodiéndole. Y yo que compartía tiempo y sinsabores con su padre, y sabía cuanto se sacrificaba por darle al niño consentido las zapatillas de última moda y los caprichitos que el niño exigía para seguir el ritmo de vida de sus amiguitos adinerados me reconcomía por dentro ante tamaña injusticia. Esta situación me hizo rebobinar en la película de mi vida, ¿cuántas veces mi padre se habría sentido igual? ¿cuánto le habría dolido ver el estúpido de su hijo recliminarle airadamente mil y una tonterías sin valorar ni por un segundo todo lo que hacían por él?.
Por suerte el tiempo hizo que compartiera espacio de trabajo con mi padre, y en este nuevo decorado pudimos saltarnos las barreras que en casa nos habían mantenido separados y mirarnos al corazón directamente. Creo que ya lo sabes, pero no está de más recordártelo, te admiro padre, espero que si tengo la suerte de traer cachorros a este mundo lo haga al menos la mitad de bien que tu lo has hecho conmigo, espero tener el valor de hacer lo correcto y no lo fácil, y la fortaleza para aguantar las injustas críticas.
Te admiro padre, te quiero papá.
Un homenaje para los hombres de mi familia, las canciones de la mina de Victor Manuel que escuchábamos en el coche cuando íbamos todos al pueblo y volvíamos dormidos Luis y yo y nos subías en brazos a la cama.