Despertamos en El Camaron, camino al istmo de Tehuantepec. Amanecí con
un sueño poéticamente metafórico todavía deslizandose por la pared
anterior del cráneo, un sueño un poco atroz, si es que algo puede ser
atroz por porciones, como lo de los medios agujeros.
Como la rosa de Bestia en la película, que marcaba un tiempo agónico
con la caída de sus pétalos, en mi sueño se caían los pósters de
cuadros que colgamos de las paredes de mi casa en Polanco. En realidad
-en la realidad- ya se caen, se despegan. Primero, la Gran Ola, luego
fue el Festival de las Flores, y últimamente, Klimt amenaza con dejar
de besar mi pared.
En mi sueño pasaba que regresaba a la ciudad de Mexico de las
vacaciones decembrinas, y al entrar en el departamento descubría
horrorizado que todos los cuadros se habían despegado y yacían
bocabajo, en blanco, sobre el suelo, señalizando que mi tiempo en
Mexico había terminado.
Demasiado pronto.
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