martes, 29 de diciembre de 2009

Istmo

La ultima entrada la escribí desde uno de esos restaurantes de
carretera en un poblado cualquiera del Istmo de Tehuantepec, de los
que están sembrados de topes y nunca sabes si sus casas están a medio
hacer, o a medio caer. Menú sencillo, escaso mas bien, y comida mala
sobre hule maltratado, con gran variedad de salsas mexicanas de
fabrica, tortillas recalentadas y un porche en mestizaje con garaje
envejecido, y mientras, el radio suena con la mejor cumbia de bote. La
vista, una carretera sinuosa en su tramo mas recto y bajo; no muy
lejos esta el mar, pero no se ve, se pierde entre el vergel, palmeras
aquí y allá, con las casas del poblado que se desparraman por las
riberas del pavimento. Solos, no pasan muchas almas, y menos motores
por estos lados, hasta que llegan ellos, pero no con hambre; quieren
estirar las piernas, y que la niña se entretenga, con atracciones
locales como la pareja de bueyes uncidos que patean lentamente y
atraviesan el cuadro que es el porche como en las películas a cámara
lenta, despacio, pero incansables. "Pues como la vida, ¿no?"

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