entonces, salgo del ensimismamiento, adormecido. Vamos en un taxi,
bastante rápido, por la avenida de Chapultepec. Son las dos de la
tarde.
- estaba totalmente disperso, te digo
- y ¿en qué pensabas?
- en que estaba disperso, y en lo agradable que es eso, sobre todo
así, en movimiento. Estaba mirando los colores de las piedras de las
fachadas...
Aquí gris, allí azul, luego azulejo blanco, mas allá había una casa
violeta, ahí amarillo, ladrillo, ocre y le sigue el color de casa a
medio caer, y un poco más allá rojo tezontle en un edificio moderno.
Cruzamos la calle Cinco de febrero, la de la foto vieja, la de época.
Vamos hacia el Zócalo, y despues, al Palacio de Minería. Después de
las conferencias de ayer, pensé que no era justo pensar que acabo de
salir del pueblo, o tal vez no es justicia, es orgullo. Aquí los
capitalinos tienen "de provincia" balanceándose en la punta de la
lengua, y no hay que darles facilidades para que escupan. Bastante
harto estoy ya de los polanqueros de Casa del Arte, que me hacen
gruñir; terminaré siendo un pedante, o un fresa, o las dos mezcladas.
Para mi una feria del libro era una fila de casetas que en vez de
pinchos, venden libros. Una extensión de las librerías, pero en la
calle, en las de Valladolid, o las de Palencia. Entonces no diré que
de acabo de salir del pueblo, no, pero parece que acabo de salir de
una cueva.
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