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Ha sido una semana museística pésima.
Primero, el museo nacional de San Carlos: a mi el arte europeo clásico
no me gusta (el Prado me aburre, me da hambre). Ahí en San Carlos, el
maestro viejo me recomienda los museos de la calle Moneda y el Carreño
Gil, sobre la Avenida Revolucion ya entrando en San Angel. Es decir,
lejísimos, en el fin del mundo, lo menos. Y voy y le hago caso.
Qué decepción de museo, tres plantas diáfanas en rampa: la primera,
con experimentos de los becarios del Bancomer; la segunda, no me
dejaron entrar, sin motivo, cuando aparentemente no estaban haciendo
nada (desde las rampas se ve toda la sala en 360• grados, y no, no
estaban haciendo nada, una sala esperando visitas). De la tercera
sala, solo pude ver la mitad, porque estaban grabando un reportaje
sobre impulsos al arte moderno, y la reportera era medio olvidadiza,
o disléxica, quién sabe, y no terminaban de grabar. Lo peor de todo
en el Carreño no fue eso, ni la distancia infinita, no, era la
proporción de guardas a visitantes de 7 a 1, inevitable sentirse
vigilado, cercado. Odio esa sensación, igual que en el SHCP de Moneda
en el que literalmente las seguratas te persiguen, ojo avizor, para
que no te lleves la Flechadora de bronce tamaño semi natural en el
bolsillo.
El miércoles en la SEP a ver murales, pero nada, no me dejan entrar. Y
hoy, termino finalmente con la sala Siqueiros polanquera, extraña, de
nuevo sin murales, pero que solo por ver ese cómic de Fantomas co-
protagonizado por Cortazar y Octavio Paz mereció la pena. Creo.