Está lloviendo. Cuando llueve y es de noche, la ciudad se vuelve un espejo negro de reflejos de luces, de farolas, de faros, que van y vienen y que centellean en el pavimento mojado. Hace frío y llueve, está oscuro.
El taxista me conoce, me reconoció por la voz, por el acento. Completó el mismo la dirección cuando le llamé. Tiene una risa diáfana, de las que parecen sinceras. Y se ríe bastante, creo que le hace gracia la forma en que le estamos dando direcciones, como un juego. Le leemos en voz alta el comentario de Gina con las pistas, y se ríe de lo del cri-cri, pero yo no lo entiendo. Es lo único que reconoce de todas las indicaciones, y no servirá de mucho. Pero es bueno que le haga gracia, nos reimos los tres.
Ya en la Condesa, nos bajamos. Es dificil buscar con un coche con unas direcciones dadas para ir a pie. Apeados, encontramos la calle, y el restaurante italiano. Al lado una verja, y adyacente, la chocolatería. Parece más bien una cafetería, pequeña, con una terracita ahora cubiera de lona, donde se cuela el aire frío. Solo hay una persona, sentada en una mesa en la entrada, casi en la campaña, y caben pocas más en el interior. Apenas hay sitio para la barra, ni para la chica que la sirve, que se sienta, hierática, en su cubículo. La carta se muestra como un cartelón sobre su cabeza. Tienen chocolate negro y chocolate blanco. "¿Tienes chocolate?" le preguntamos, como si no supieramos leer, aunque en el fondo, lo que buscábamos, lo que esperábamos era que dijera que claro, que habíamos dado con la chocolatería más famosa de la Condesa, y que no nos fiaramos de la carta, que en realidad escondía muchas más variedades, artesanas, calientes, ricas y por supuesto, la receta mexica. Pero no, ella no dice nada de eso, apenas dice un sí. X hace un ademán de irse, y yo le sigo. Le anuncio a la chica que luego volveremos.
¿Qué ha pasado? Todas las indicaciones cuadran, está en la calle del niño héroe, al lado del italiano, aunque, en realidad no conozco a Gina, pero diría que no puede ser ése un sitio que ella recomendaría, al que ella vendría. Nos arriesgamos, recorremos la calle, arriba, y abajo. Preguntamos a una pareja, "no, vaya, pues si es una chocolatería a estas horas deben estar cerrados. Pero bajad la calle hacia allá que se vuelve más comercial y allá seguro que hay más suerte". Pero no le hacemos caso, y rodeamos el edificio verde de la telenovela de terror, caminamos sorteando plantas gigantes en la acera, y vadeando los charcos, negros. Está oscuro, y la calle, el barrio, recuerda a una calle en París, que no sé si será Montmartre, el Quartier Latin, o solo mi imaginación jugando a los ya-vistos. Espera, la calle se acaba, volvemos al punto de inicio, ¿tomamos el chocolate entonces ahí, o nos vamos para casa? Pero no, es en la tienda de lámparas, ahí, el lugareño sí sabe. Es en la otra calle, otro niñó héroe, que no lo es tanto, es teniente. ¿Habrá otro restaurante italiano en la paralela? O simplemente las chocolaterías reputadas serán como los caracoles, que mueven su casa, pero despacio, así que no van muy lejos, solo al otro lado de la manzana. Y sí, ahí está, eso si es una chocolatería, con su gente, sus mesas, la madera, las piñatas, su rinconcito acogedor, y hasta la campana. "Sí, no es broma, si quieres ordenar, tienes que tocar la campana".
Cuando traen el chocolate, me alegro del empeño, de seguro hay un refrán castellano que habla de eso y reza, reza así "Quien persevera a dios desespera", O parecido. Salud y chocolate, qué reconfortante ¿quién no se acuerda de Juliette Binoche?
1 comentario:
qué bien que la encontraron y que te gustó mucho, cuando regresé a dar las indicaciones exactas venía con la angustia de que tal vez habías ido y no lo habías encontrado, qué bueno que perseveraron y se dieron la vuelta. me encantan esas calles de noche y más con lluvia. perdona por la confusión, a veces mi cerebro frente al monitor funciona de una manera distinta a cuando camino en automático y simplemente llego a los lugares; además, en resumidas cuentas porque es una larga historia, ese rumbo lo tengo muy saturado de muchos buenos recuerdos que siempre se encargan de cambiar de lugar las cosas. sí llegué a tomar café de la barra esa, sólo porque no sabe mal, era una urgencia y llevaba paciencia -porque el servicio es pésimo-, pero tienes razón en que no lo recomendaría... saluditos =)
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