Tenía tantas arrugas. El espejo maldito, y la vida, que pasa. Arrugas que ajaban mi rostro, surcaban el círculo de mis ojos. Arrugas que recorren mi frente, sitiaban mi cara. Arrugas del tiempo, arrugas de la nada.
¿Cuánto tiempo ha pasado? Ya casi cincuenta años. Una vez fui una niña, una niña feliz, que no tenía arrugas, pero tenía tiempo, todo, hasta donde el horizonte terminaba. Esa niña miraba al espejo, y miraba al tiempo, y soñaba.
Su padre le decía: "la vida pasa rápido, mi niña". Y la niña miraba con sus ojos verdes, de color esmeralda, ojos tímidos, y soñaba. Soñaba despierta, soñaba con soñar, volaba. "Un príncipe, no. Una familia, y el mañana". Mañana quiero ser yo, no quiero estar asustada.
"Mi niña, no te asustes, pues después de mañana, siempre queda eso, siempre, esperanza".
Sus manos eran fuertes, calientes; su pelo gris olía a azúcar, me reconfortaba. Pero mi padre murió, estoy sola, y tengo a mi hermana.
Hoy volví a caminar por la calle Padre Blanco, buscaba mis pasos, olvidados, los pasos que me retornaran a un recuerdo feliz, a otro tiempo. Ahora, la casa de mi infancia está derribada. Ya no hay esquina, ni callejón, ya no hay huerta, ni casa maragata. Queda un solar: triste, frío, de arena blanca, ocre y dorada. Van a levantar unos pisos, otra caja de zapatos, otra tumba, esta vez sí, una tumba blanca.
Quiero llorar, pero ya no queda nada. Solo mis pasos, y el paso del tiempo, que ya ha pasado. Una casa deshecha, frío en la calle, frío en la carne, frío en el alma.
¿Cómo se comienza una vida ya pasados los cincuenta? Quiero ver en ese espejo otra niña, o un hada. Porque el tiempo no la ha deshecho, como a la casa. Está ahí, en el espejo. Está mirando, la niña, arrugada. Está esperando, ¿qué espera? ¿qué dicen tus ojos tristes, niña? ¿qué dicen, si ya has llorado? Vuelve a mí, niña, para que podamos volar juntas, para que podamos soñar, soñar que hay un pasado mañana.
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