La noche que pasamos en Koya-san soñé. Alguien me enviaba por correo postal un paquete a uno de los alojamientos de nuestra ruta, a mi nombre. El emisor debía conocer perfectamente nuestro itinerario en Japón para saber que tal día pasaríamos por allá, para arriesgarse a hacer el envío. El paquete contenía dos camisetas, y dos polos, de igual color rojo, el bermejo de las puertas torii de los santuarios, e incluía alguna bagatela más que no recuerdo. Una de las camisetas lucía estampada la frase "I LOVE BUDDHA", al más puro estilo de la mercadería para fans. En el sueño pasaban mas cosas, pero sin duda este fue uno de los aspectos que me quedó grabado el resto de viaje, ¿quién me habría enviado ese paquete?
Lo entendí más tarde, al final del viaje, en un hotel de Tokyo, leyendo un librillo sobre las enseñanzas de Buddha, que venía de serie con la habitación. Murakami me salía por las orejas y ya no me apetecía empezar la N-ésima novela, y después de recorrer tanto templo budista, parecía adecuado conocer un poco más. Jesús me preguntó si pensaba hacerme budista; la respuesta, un no rotundo. Para mi, otro iluminado que cree que su verdad es la única, por buena bonita barata, y otras tripletas, que sea, y que busca congregar un buen puñado de fieles ceropensantes que se adoctrinen en su perorata. Apelando al instinto básico de la vida, "reproducid e infectad a otros sentientes con lo que yo os he enseñado, mi camino, la luz, mi verdad, es palabra de dios, (o en su defecto, cualquier otro eterno)". Que sí, que el budismo será más comprensivo que otras religiones, pero al final, el patrón es similar. Fumado bienintencionado que crea masa crítica de seguidores póstumos que lo divinizan y proyectan en la eternidad hacia adelante y hacia atrás para crear mito y leyenda.
Con semejante ateismo, encajé la historia del merchandising "I LOVE BUDDHA" del sueño en Koya. Lo que mi yo onírico ya presentía, que el propio Buddha me había enviado ese paquete, a ver si así conseguía mi voto. Pues lo siento, chico, pero no...