martes, 17 de febrero de 2009

The missing peace

Que absurdo, la rutina, el trabajo. Nos creamos unas dependencias con la tecnología, se nos ha empalado en nuestro estilo de vida que a veces resultan indispensable cosas que son meros accesorios, o que nunca importaron hace un año o dos. Y peor aún, el torbellino absorbente que crea la cultura del trabajo, la vida empresarial, las prisas. Todo corre prisa, se crea una rueda, o tal vez una cinta de Moebius, que no se sabe donde empieza el fin y donde termina el principio, quién es causa y qué es efecto.
Hace años en mi empresa -cuentan los mayores a quienes se les ha obligado a desarrollar facultades extra-humanas, como la de la adherencia (a los ERE) - no había Internet, ni correo, ni ningún tipo de comunicación electrónica. Para "mover" cualquier actividad, el medio común eran las cartas y circulares, enviadas por valija interna, a unos pocos participantes en un ámbito completamente local. Sí, se tardarían días o incluso meses en acordar actividades que ahora se deciden en cuestión de segundos, por un mayor número de decisores distribuidos en todo el globo, que pueden contestar y participar desde casi cualquier sitio y con cualquier medio, sea con un ordeador, una PDA, un teléfono o todas las posibles combinaciones y miniaturizaciones; y con mucha más fluidez, gracias sin duda a las no-tan-nuevas tecnologías. Pero esa instantaneidad e inmediatez que facilita Internet, también crea prisa, una bola de nieve que nos arrastra. A la productividad se le pide más productividad.

Tras una día repleto de reuniones, encadenadas con la comida más bien acelerada, por fin llego al hotel. Mi jornada de trabajo empieza casi a las seis de la tarde, tengo muchas cosas que hacer, un montón de microtareas, demasiados correos que enviar, y varias llamadas de teléfono por hacer. Arranco mi portátil, y mientras, me siento a mirar por la ventana una de las torres inclinadas de KIO. Pienso que estará lleno de trabajadores del "deprisa", como yo, arrastrados en el espejismo empresarial ¡qué importante es esto que hacemos! Envío un correo, y pienso que además del tiempo que me lleva a mi escribirlo, se convertirá en 3 ó 4 correos de vuelta, y tal vez una llamada, que llegarán en momentos poco afortunados ya lejanos del contexto inicial, tensando la multitarea. Dando una tecla he hecho crecer la entropía del microcosmos empresarial. El trabajo, como la energía, ni se crea ni se destruye, sólo crece. No resuelve, se empaqueta, se transforma, se devuelve y se olvida.

A las seis y algo, la conexión wifi ha empezado a funcionar mal. Ninguno de los correos de mi bandeja de salida ha logrado escaparse. Mi teléfono personal llevaba unas horas con un mensaje de erorr "SIM inactiva", y mi móvil corporativo alcanzó el límite de consumo hace días. La tarjeta 3G de mi portatil tampoco lograba engancharse a la red, ni había conexión Ethernet en la habitación. Ni llamadas, ni correo. De primeras me he cabreado. ¡Nada funciona hoy o qué! Desazón, frustración, inquietud, intranquilidad, estrés. ¡Con todo lo que tengo que hacer, y esta mierda de tecnología conspira para fallar, todas a una! Arrojado a la calle, encontré sin más que cruzar la plaza la paz perdida.



"La exposición "The Missing Peace" es un canto a la paz. Una paz entendida en toda su dimensión, ya que para lograrla- tanto a nivel personal como global- hay que considerar otros aspectos como el perdón, la compasión, el amor... El mundo adolece de paz, y esta uasencia que tantos sufrimientos causa, da nombre a la exposición."


¿Casualidades?¿mensaje divino? O tal vez, solo se trate de mi autosugestión, que acomoda las piezas del mundo al rededor para darles signicado.
Una lástima que a estas horas ya haya vuelto la luz electrónica.

1 comentario:

malabarista infernal dijo...

muy lúcido amigo, muy cierto,... pero siempre hay escapatoria, ¿me ayudas a buscarla?