martes, 3 de junio de 2008

Rayuela

Ya llega a su fin, estoy terminando de leer esta novela, "la gran obra de Julio Cortázar", como reza la portada del ejemplar que tengo. "Un mosaico donde toda una gran época se vio maravillosamente reflejada" sigue, y bien la podría definir. Creo que mi historia con este libro es peculiar. Dos años esperando para leer, sospechando- que digo- sabiendo que me iba a encantar leerlo, pero que no era el momento. Leyendo otras novelas o cuentos de Cortazar, dando un rodeo. Sin leer. Esperando. Sabía que tenía que leerla despacito y disfrutarla. Sentimientos, pasiones humanas, miserias comunes, diálogos, filosofía y pensamientos extraordinarios, quizás lo mejor de Rayuela es su autor y la forma en que es capaz de hacer sentir y pensar a los personajes. Les dota de tres dimensiones. Quizás cuatro. Y de alma.
Hace dos años, en unas vacaciones "sobre-la-marcha" leí un pasaje de este libro que Malabar leía en aquel entonces, y me encantó. De nuevo, la serendipia, ¿la casualidad? Hoy ya terminando el libro, pese a que alargue el inevitable fin saltando por la rayuela, me quedo con tres pasajes:
-de lado americano de más acá, Talita colgando sobre la calle en un tablón-puente entre la habitación de Traveler y la de Oliveira, preciosa metáfora de una dicotomía entre dos semejantes.
- del lado europeo del más allá, la horrible noche de Oliveira con Bertha Trepat, paseando bajo la lluvia el Fracaso inconsciente.

Pero mi pasaje favorito, la perla, sigue siendo es el primero que leí, hace dos años, y de casualidad: los encuentros fortuitos a la vez que deseados, anhelados.

La técnica consistía en citarse vagamente en un barrio a cierta hora. Les gustaba desafiar el peligro de no encontrarse, de pasar el día solos, enfurruñados en un café o en un banco de plaza, leyendo-un-libro-más. La teoría del libro-más era de Oliveira, y la Maga la había aceptado por pura ósmosis. [...]

De acuerdo en que en ese terreno no lo estarían nunca, se citaban por ahí y casi siempre se encontraban. Los encuentros eran a veces tan increíbles que Oliveira se planteaba una vez más el problema de las probabilidades y le daba vueltas por todos lados, desconfiadamente. No podía ser que la Maga decidiera doblar en esa esquina de la rue de Vaugirard exactamente en el momento en que él, cinco cuadras más abajo, renunciaba a subir por la rue de Buci y se orientaba hacia la rue Monsieur le Prince sin razón alguna, dejándose llevar hasta distinguirla de golpe, parada delante de una vidriera, absorta en la contemplación de un mono embalsamado. Sentados en un café reconstruían minuciosamente los itinerarios, los bruscos cambios, procurando explicarlos telepáticamente, fracasando siempre, y sin embargo se habían encontrado en pleno laberinto de calles, casi siempre acababan por encontrarse y se reían como locos, seguros de un poder que los enriquecía. A Oliveira le fascinaban las sinrazones de la Maga, su tranquilo desprecio por los cálculos más elementales. Lo que para él había sido análisis de probabilidades, elección o simplemente confianza en la rabdomancia ambulatoria, se volvía para ella simple fatalidad. "¿Y si no me hubieras encontrado?", le preguntaba. "No sé, ya ves que estás aquí..." Inexplicablemente la respuesta invalidaba la pregunta, mostraba sus adocenados resortes lógicos. Después de eso Oliveira se sentía más capaz de luchar contra sus prejuicios bibliotecarios, y paradójicamente la Maga se rebelaba contra su desprecio hacia los conocimientos escolares. Así andaban, Punch and Judy, atrayéndose y rechazándose como hace falta si no se quiere que el amor termine en cromo o en romanza sin palabras. Pero el amor, esa palabra...

2 comentarios:

malabarista infernal dijo...

me alegro de que llegaras al fin a este libro.
A mí me lo dejo en la puerta mi compañero de piso antes de ese viaje, con un mensaje, "el mejor libro que he leido"

Anónimo dijo...

Es cierto, es un buen libro. Sumamente complejo, pero un muy buen texto.

Ruth Barrios.