martes, 24 de junio de 2008

Etapa I: El col de la Creueta

- Vete por aquí todo recto, puedes llegar hasta La Molina y verás todo el valle desde arriba. Son unos veinte kilómetros. – Vale, haré eso, a ver qué tal se da. Breve conversación con la señora que me hospedará durante los dos siguientes días, suficiente para "tener un plan" para la primera escapada ciclista en el Pirineo. Planeo salir a las cinco de la tarde para volver con tiempo suficiente de ver los cuartos de final de la Eurocopa. Me echo la siesta, me despierto a las cuatro y noto frío. Venga, sal pitando no sea que el tiempo se estropee. Salgo a la calle vestido de ciclista y con la bici a cuestas, grave error. La casa tiene paredes de piedra de un metro de anchura, fuera hace 31 grados, son las cuatro y media. No lo pienses, tira millas para arriba. Empiezo a subir, pedaleo de pie para tratar de entrar en calor poco a poco. A los dos kilómetros llego a las Fuentes del Llobregat, unos saltos de agua que se identifican como el nacimiento del río Llobregat. Viendo su desembocadura parece increíble que incluso en su nacimiento este río pueda tener tal pureza, el pobre no sabe lo que le espera kilómetros más adelante. Otros tres kilómetros y alcanzo Castellar de N’Hug, un pueblo del que mi amigo y aventurero Jordi me ha hablado maravillas, pero no es el momento de parar a verlo, poco a poco voy entrando en calor. Avanzo otros dos kilómetros y de repente desaparecen los árboles, esos amigos silenciosos que me ofrecían una sombra compañera. Ahora comienza lo duro, veo una señal que marca el inicio del puerto, 11 kilómetros de subida con un 5% de desnivel. ¿Y los seis que llevo subiendo que eran, de calentamiento? Poco a poco el ritmo del corazón va acelerándose, ya le oigo silbar, el calor es infernal, la carretera serpetea abriéndose camino por la ladera de la montaña. Otros dos kilómetros y no puedo más, me ahogo literalmente de calor, me quito el casco para intentar sofocar el calor, pero el remedio es peor que la enfermedad, no hay una sombra donde cobijarse. Un poco más, allí a la izquierda hay una sombra, me llega hasta la cintura pero es suficiente, me agacharé si es necesario, paro medio minuto a recuperar el aliento y a bajar un poco la temperatura corporal. Venga ánimo, un, dos, tres, cuatro... quinientos... cinco mil... cuento las pedaladas para demostrarme a mí mismo que voy haciendo camino, que cada vez queda menos, aunque con cuentagotas, los metros, los kilómetros, van pasando. Avanzo kilómetro tras kilómetro, y de repente surge la interminable hilera de palos que marcan el camino y la altura de la nieve durante los largos meses de invierno. Ni rastro de ciclistas, al parecer esta no es una zona transitada, sólo lleva a estaciones de esquí, quizás que sean las cinco y media de la tarde de un domingo cualquiera también tiene algo que ver. Miro al frente, veo una señal, por fin puede ser el final, pero no, marca tres kilómetros hasta la cima, con un desnivel de un 4%. Esto me da alas, un 1% puede no parecer mucho, pero en ciertos momentos puede ser determinante, la gente que vive pendiente del EURIBOR seguro que me da la razón. Pasa otro kilómetro, suena el móvil, un mensaje, lo miro y veo que la mejor sobrina del mundo me manda un beso, esto me da energías para subir el Tourmalet si hace falta, me agarro fuerte al manillar, allí al fondo veo coches parados, tiene que ser la cima. Sí, efectivemente, 1888 metros de altura, suficiente para darme por satisfecho, la cima más alta que he subido con la bicicleta, pero esto no es La Molina, me lanzo a la bajada por el otro lado, tiene que quedar poco. Bajo tres kilómetros y me encuentro con La Molina, foto a la estación de esquí, curiosamente es donde aprendí a esquiar hace diez años. Toca volver, subir estos tres kilómetros que tan alegremente he bajado y por fin la bajada hasta el hotel, pero esa ya es otra historia.

1 comentario:

Romulo dijo...

Uan conversación es aquel momento me hizo desempolvar la bici al día siguiente, un paseillo de 30 km. Tengo ganas de poder dar otro en breve. Lo echo de menos, enverano seguro que nos reencontramos a menudo, la bici y yo, y tal vez en algunas de las ocasiones con Henry.
Por cierto, la sobrina de la que hablas te manda un puñadito de besos, para seguir sumando fuerzas para tus propósitos.