Cómo se hace una memoria, un informe, un documento frío tratando de escribirlo con objetividad, sin el recuerdo aún vivo que permanece inalterado en la memoria, sin el nudo en la garganta de las lágrimas contenidas, sin el cosquilleo en la barriga por un gesto de cariño, sin el estremecimiento a causa de una sonrisa dedicada, y sin que la piel vuelva a erizarse por la complicidad de las miradas.
Cómo dejar todo eso aún en la maleta en que se ha transformado mi cuerpo, y apartar del pensamiento, convertido ya en bolso de mano, las sobremesas imprevistas, la risa melodiosa de una ría de Galicia, las arrugas de unas sienes que sueñan todavía, el calor y la sinceridad incandescentes de unos ojos que reflejan un azul inmenso, tanto como un océano, y el acento de una lengua que rebota en azulejos desconchados.
Cómo se consigue.
Desligando entonces la historia vivida de la historia narrada.
Filtrando los retazos verdaderos por un coladero imaginario, cayendo los
posos de recuerdos en mi memoria,
esa que se quedó en un istmo de piedras metida en el Atlántico.