Lunes, 8.30, de nuevo en la oficina, de nuevo despilfarrando energías en un lugar hueco, vacío de contenido humano, relleno tan solo de ambición, egos y resentimientos vitales. Hombres y mujeres vacíos en su interior, que vuelcan todas sus energías en el trabajo diario, autómatas diseñados para obedecer, para seguir el camino marcado, para luchar por un ideal que no eligieron, que no entienden y que no les aportará la realización personal prometida jamás, como la liebre que sirve de presa en las carreras de galgos, correrán desesperadamente durante todas su vida detrás del prometido manjar, sin ninguna posibilidad de alcanzarlo, y cuando exhaustos, se den por vencidos y renuncien a la estúpida búsqueda, los perros rabiosos de la competitividad estarán atentos para descuartizar sus cuerpos y devorar lo poco que quede de sus almas.
No aguanto más este circo, en el que todos somos payasos y las fieras esperan fuera, afilando sus blancos dientes, ansiosos por bucear en nuestras entrañas y saciarse con nuestra sangre.
Se acabó, antes morir matando que esperar escondido que suene el gong que anuncie el final.
Acabaré con toda esta mentira, acabaré con todos, destruiré este santuario de la ambición y la renuncia, a partes iguales.
Invento una excusa y me voy, ya se cuál es mi destino, mis pasos se encaminan hacia un barrio del extrarradio, calles oscuras, oscuros presagios. Mis pies conocen el camino, la idea flotaba en mi mente desde el primer día.
Llego al local que buscaba, me recibe un hombre extraño, lleno de tatuajes, con la misma expresión de tranquilidad y resolución en sus ojos, sabe lo que pretendo, y sabe que no hay otra opción. Me enseña todo el arsenal, me aconseja, “con esta serás más rápido”, “con esto todo acabará en segundos…”. Salgo del lugar con una bolsa llena de respuestas, y con una determinación ciega, hoy será el día, hoy verán la luz.
En el camino a la oficina paro en mi casa, me visto cuidadosamente, necesito ropas con muchos bolsillos, hay mucho material que guardar, no quiero quedarme sin él en medio de la función…
Preparo las pinturas de guerra, no hay que olvidar ningún detalle, éste es mi gran día y he de estar bien guapo para la foto.
Como algo, y disfruto de la última comida antes del desenlace, me despido de Min, mi felino compañero, en sus ojos veo apoyo, entendimiento, está conmigo.
Monto en mi coche, el metro no es lugar para subir con todo lo que llevo.
Aparco cerca de la oficina, estoy tranquilo, mi determinación anula los nervios, una risilla nerviosa aflora a mis labios.
Mientras subo en el ascensor mil imágenes cruzan mi cabeza, tantas reuniones estúpidas, tantas presiones injustas, tantas frases alentadoras que generaban mi desprecio,.. hoy hablaré yo, hoy hablarán mis armas, y vuestras caras de estupefacción precederán al desenlace final.
Abro la puerta y veo a mi compañera recepcionista, el miedo se refleja en sus ojos cuando me ve entrar, llevo un dedo a mis labios y la pido silencio, tú solo eres una víctima, no eres tú mi objetivo.
La puerta del despacho de mi jefe está entreabierta, oigo voces, está reunido por videoconferencia con el gerente, el momento es perfecto.
Empujo la puerta, se abre acompañada del sonido metálico de las bisagras, el momento ha llegado.
Mi jefe se gira y al verme con la cara pintada y los ojos inyectados en sangre da un salto de la silla. Abro la bolsa y saco mis armas, aquí acabará todo, ha llegado la hora…..
Me pongo mi sombrero y saco mis malabares, me subo en la mesa, canto, río y bailo sin control, la música me acompaña, mancillo el altar sagrado de la soberbia con torbellinos de alegría y desenfreno, la puerta se abre, mis compañeros llegan, todos me rodean con cara de asombro, se acercan hacia mí, y cuando van a agarrarme comienza a salir agua de mis flores de la risa, sus caras chorrean, creen que me he vuelto loco. El gerente mira a izquierda y derecha, está a punto de enloquecer, su cuadrada cabeza no alcanza a comprender lo que está ocurriendo, no puede entender que uno de sus reos esté riéndose en su cara de él, su cabeza empieza a dar vueltas sobre sí misma, la velocidad crece, el cuello se tensa y antes de que nos demos cuenta… boom!!!!!!! Su cabeza estalla rociando toda la sala de un líquido verde y pegajoso.
Sonó el gong, fin del combate, victoria por KO. Me bajo de la mesa, hago una reverencia y me voy: “adios señores, me voy, no traten de alcanzarme, y si quieren hacerlo, no olviden seguir el camino de baldosas amarillas”.