martes, 4 de marzo de 2008

Rosas rojas


"La noche es fría, inhóspita, cargada de malos augurios, transporta ruidos casi inaudibles que en mis oidos retumban como chillidos escalofriantes, tengo miedo, pero no a los ruidos, no a la noche, no, lo que temo es el propio miedo, la sensación de vulnerabilidad que lo acompaña y me acompaña, esa sensación tan conocida de la que no consigo librarme, nimias victorias rodeadas de grandes derrotas, ya no aguanto más, se acabó, ahora mandaré yo, ahora decidiré yo, es mi momento, tomaré las riendas".
Sola, con las ropas rasgadas, temblando de frío, de frío y de rabia. Golpea la puerta del sucio portal, en una calle oscura,....... en una ciudad oscura,.... en un mundo oscuro. Otra vez el amargo sabor de la desesparación se mezcla con el regusto de la sangre en sus labios, ese hilillo de sangre delator que muestra que de nuevo tocó perder. Cuando lo vió en la pista de baile, tan elegante, tan apuesto, parecía moldeado con el material del que están hechos los sueños. Decidió jugar de nuevo, una última bola antes de abandonar el tablero, un último y desesperado intento por encontrar la dulzura. Algo la decía que aquél no era lugar para la dulzura, que algo no encajaba en el cuento de hadas,..... pero decidió no escuchar, tenía tantas ganas de amar...
Bailaron, rieron, bebieron, se dejó arrastrar por las aguas tormentosas de la ensoñación, tenía tantas ganas de amar.... Al final de la noche la invitó a su casa, "allí estaremos más comodos" - dijo. En el camino la compró dos rosas rojas, "tan lindas como tus ojos niña", las palabras pueden dar más calor que las llamas de un volcán.
Todo era perfecto, todo era como en sus sueños,.. pero olvidó que el material del que están hechos los sueños es el mismo del que están hechas las pesadillas, olvidó que ya no es tiempo de príncipes azules, que el amor no se vende en mercados ambulantes, ni se compra en discotecas, que el amor ni se bebe ni se esnifa, ni se fuma ni se inyecta, que el amor solo germina si se riega con el agua del respeto y se abona con la tierra de la confianza.
Y los sueños se hicieron pesadillas, y la dulzura se quitó su máscara y se vistió de crueldad, de violencia, de olor a sudor y de gritos, sobre todo de gritos, agudos, graves, largos, cortos, gritos de todos los tipos, de los que ya conocía y de los que quedaban por descubrir. Y lloró, y gritó, y suplicó,..... y dio igual, la bestia solo se calma cuando devora a su víctima, el hacha solo se entierra si está teñida de sangre.
No podría decir si pasaron minutos, horas o días, solo sé que al final pude salir, con el cuerpo mancillado y el corazón incinerado, ya no había sitio en él para más tristeza, y por no verlo sufrir lo asesiné. Este mundo no es sitio para él. Recompuse mi ropa como pude, me sequé las lágrimas, las últimas lágrimas que saldrían de estos ojos, lindos como rosas rojas, y busqué a trompicones el camino hacia mi apartamento.
El momento había llegado, el día de la liberación, ya no habría más dolor, ya no habría más gritos, estaba decidida a no permitir que nadie más me humillara, "este es mi momento, ya no podéis dañarme".
Se dió un baño de espuma, con hierbas aromáticas, su cuerpo tenía que reflejar la pureza de su interior, se vistió con aquel vestido blanco que compró cuando aún podía soñar, parecía un ángel, un ángel demasiado puro para este purgatorio.
Incluso se pintó, no solía hacerlo, pero quería verse guapa, hoy todo estaba permitido, hoy sería quien quisiera ser.
Se colgó aquel collar que le regaló un joven en Lisboa, con unos ojos azules como el mar de su tierra natal. Aquél joven, del que no recordaba el nombre, (quizás ni siquiera se lo dijo, quizás no era importante) la había hecho creer que merecía la felicidad, ese día conoció la ternura, bebió de sus labios el sabor de la belleza.
Ahora estoy preparada, es la hora, hoy por fin seré libre, hoy no podréis doblegarme, hoy alcanzaré la libertad. Abrió la puerta del balcón, el aire acariciaba su cara y mecía sus cabellos, estaba radiante.
Disfrutó por un segundo de la sensación de frescor en su piel, y libre al fín, saltó... y mientras caía no había lágrimas en sus ojos, ni pesar en su alma, por fin era libre, ya nadie podría gritarla.

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