martes, 21 de agosto de 2012

La verdad, la ciudad no nos recibió con su mejor sonrisa. Era de noche, llovía, tránsito apretado y un viaje largo. Cuando llegamos a Barra, Malabarista y yo, estaba oscuro, mojado, con los mismos vagabundos que hace dos años - el desdentado, y el cojo de los hierros en la pierna que va saltando a la pata coja.
Creo que a la ciudad le importaba una mierda quien llegara y no tenía porque sonreirnos, a fin de cuentas es una ciudad, no una persona, y que llueva o no ni siquiera es voluntad suya, pues las ciudades no tienen voluntad. O siendo mas poético, como dijo Vitor después, no es que lloviese, es que Salvador lloraba por la vuelta de sus hijos pródigos.

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