El dia que no pueda ver un horizonte verde, mirar por la ventana ver árboles o un monte al final de la calle voy a sentirme tan agobiado como cuando la ciudad se acababa en veinte minutos bajo los pies.
Me doy cuenta que a veces hablo muy mal de Río, sobre todo cuando me preguntan colegas que vienen de fuera.
Y en verdad no es tan malo. Al contrario. Voy a empezar a hablar menos precipitadamente. Me he dado cuenta que no tengo un gran autocontrol ni templanza, y en vez de razocinio me viene la rabia. ¡Vuelta a los veinte!
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