domingo, 2 de enero de 2011

Nazaré


Me apetece que se detenga el tiempo para contemplar kilómetros y kilómetros de costa. La vista desde el mirador me produce el efecto de una ligera levitación y la luz que refleja el océano crea un espacio único, irrepetible, donde el cielo es infinito e infinitamente azul, donde parece posible encontrarse frente a frente con el propio alma y mirarse a través suyo.
Hay silencio pese a pequeños grupos de gente.
Una vez abajo, en el paseo marítimo, me doy cuenta de que he vuelto a la vida en movimiento, y me adentro en las calles del interior, calles estrechas que huelen a pescado asado en hornillos mezclado con el de ropa lavada que pende de las ventanas.
Sólo A. me acompaña en mi deseo de pisar la arena mojada, aunque él no se descalza.
El ruido al chocar de las olas amortigua las voces.
No habrá atardecer en Nazaré, ni prisa para que llegue la noche, ni momento detenido.

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