Después de haberme pasado toda la mañana, el mediodía y parte de 1.ª hora de la tarde oyendo a las chicharras, sonido que me ha acompañado en todos los veranos de la infancia, cuando los pasaba en la casa de Matapozuelos, junto al silo y próxima a la era, justo cuando tengo que estudiar sobre planes de formación de la Fundación Tripartita y que si contratos-programa, y que si aplicaciones telemáticas, y que si acciones formativas para organizaciones de autónomos, y que si convocatorias estatales, y que si otras tantas cosas más, empiezo a escuchar "la Macarena", "el Aserejé", "la bomba..." Y entonces me ofusco y se me frunce el ceño y me imagino a mis amigos paseando por Madrid, o sentados en un banco para que daviz no se estrese en caso de estar comiendo un helado...
Y es que la tarde es estupenda para salir a pasear, pues ha hecho calor, pero ahora al atardecer se mueve una fuerte brisa que resulta de lo más agradecida, y entonces dejo los apuntes, los cuadernos, las pinturas de colores... para acabar con la fregona de la mano por no ponerme a escribir un cuentecillo titulado "Martadical y la suegrastra".
Que no se enfade Henry, que algún día se lo cuento. Pero que mala influencia son algunos amigos.